Una sonrisa no cuesta nada y produce mucho, ennoblece a
quien la da y enriquece a quien la recibe. Eso lo he escuchado muchas veces, y
al menos en mi caso, creo que se cumple.
Nada como una tierna y sincera sonrisa mañanera recibida del
ser querido más cercano, el que amanece a nuestro lado, del vecino cuando
abrimos la puerta bien temprano, del conocido que encuentras en la calle rumbo
al trabajo, del compañero que llega contigo a la oficina o comparte el horario
de almuerzo, del chofer de la guagua, del panadero, el custodio, el de la cola.
Para algunos ese simple gesto pudiera significar mucho o
poco. Con una sonrisa se puede saludar,
ignorar, criticar, reconocer, desdeñar, enamorar; puede aliviarte un fuerte dolor
–físico o emocional- por un instante aunque sea, puede sacarte de un problema, puede salvarte del peor de los
días.
Pero cuidado, una sonrisa puede ser también traicionera, ser
utilizada para engañar, para expresar sentimientos ocultos y oscuros, pero
prefiero no pensar en eso, al final, no se puede evitar y a veces por
desgracia, no lo reconocemos así.
Me quedo entonces con la imagen de felicidad que me produce
la sonrisa de mi niño, transparente y enorme que no cabe en mi casa y se
esparce a los que le rodean, contagiados por ella y atrapados sin poder
evitarlo.
Me quedo también con la sonrisa de mi abuelo disfrutando de
él, con la del bodeguero de mi barrio que lo llama “mi amigo” y lo trata como a
un hombrecito, pues siempre alborota todo cuando llega conmigo a comprar algo a
su establecimiento.
Me llevo conmigo la imagen risueña de mi vecina cuando mi
Leo le llama “abuela” y ella corre a regalarle pan tostado en las mañanas, que
él disfruta como si fuera la primera vez que lo comiera; y la de mis compañeros
del trabajo, mi equipo juvenil que ríe ante cada travesura contada por mí de
las tantas que protagoniza el peque diariamente, como si ellos vivieran y
compartieran cada pedacito de mi alegría.
Me quedo con la imagen de mi esposo riendo a carcajadas
mientras mi nene da saltos en la cama y le dice “!muchacho, muchacho!”, y la de
mi mamá cuando recibe un abrazo del nene
y después le dice a su forma “¡te quielo!”….jajaaa
Entonces sí que vale la pena amanecer, sonreir, como lo he
hecho esta mañana mientras lo veo durmiendo con tanta paz y sin embargo, pienso
en que muy pronto, en minutos, esté nuevamente corriendo hacia todo.
Y de pronto, siento mis espaldas un saludo “¡Holaaa mamá”!,
y es él, por supuesto, con esa gran sonrisa con que siempre se despierta, me
sorprende de mi ensueño de estas líneas y las dejo, para disfrutarlo nuevamente
y apretarlo, por el enorme placer que me provoca su alegría. Y claro está, la
comparto con Uds.
Muy lindo, y tierno, gracias, Isma
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