domingo, 12 de agosto de 2012

Lo que se impone...


Una reflexión a propósito de la celebración del Día Internacional de la Juventud

De jóvenes pensamos  siempre que somos invencibles, que todo lo podemos, que no hay obstáculo que no seamos capaces de vencer y a veces, hasta que lo merecemos todo, que nada se nos puede negar sobre todo si nacimos en un país como el nuestro.
A veces, las razones son muy obvias y disfrutar de tantos derechos como los que tiene la juventud cubana – distante de la realidad de muchas partes del mundo – nos da incluso, la supuesta potestad para pensar que “todo está hecho ya”, “me toca esto o aquello”, o “es que esto es así porque sí, porque yo nací aquí, porque soy cubano”.
Los jóvenes en todos los tiempos y en todo el mundo han llevado adelante las principales revoluciones – entiéndase revoluciones en el más amplio sentido de la palabra -, han sacrificado hasta sus esperanzas por defender sus sueños, por transformar los estados imperantes, por el derecho a una vida digna más allá de lo que se imponga en el camino.
La juventud es la etapa donde más se sueña, donde más se construye, se anhela; de eso no hay dudas. Pero ser joven en Cuba, gústele a quien le guste, y a pesar de los males que aún nos acechan, no es solo un privilegio, es ante todo un compromiso. Es esta pequeña isla el más fiel de los ejemplos de cuánto ha podido hacer la juventud durante siglos para construir y luchar por tener siempre un camino más firme para transitar.
Quizás por ello, algunos aún piensan que los derechos heredados de generaciones anteriores, y que tanta sangre y sudor costaron, es solo eso, un derecho que nos legaron nuestros padres, sin pensar en los tantos deberes que siguen ocupando a la juventud en el destino que aún debemos diseñar y edificar.
Siento entonces que tras los enormes derechos que gozo por ser joven cubana: acceso a la salud y educación gratuitas, tranquilidad ciudadana, recreación sana, derecho a elegir a quienes me dirigen en los diferentes niveles de gobierno y a ser elegida, a tener una maternidad feliz, a la recreación sana, a la cultura y el deporte, a predicar cualquier religión, a ser una profesional, entre otros; tengo en mis manos la enorme responsabilidad de legar un mundo mejor para mi hijo y los que me rodean, anteponiendo muchos intereses personales a los de la sociedad en que nací.
Reflexiono sobre estos temas a propósito del Día Mundial de la Juventud y su celebración en Cuba. Sí, celebración, por que a pesar de los pesares, aquí sí podemos celebrarlo. Y pudiera parecer un cliché, pero no temo a las críticas, eso también me lo enseñó la Revolución, y a decir mis criterios como lo creo, en el lugar justo y oportuno, a escuchar, a defender lo que pienso, a meterme en problemas si es necesario, a denunciar lo mal hecho, a no dejar a un lado las dificultades, los tropiezos, a seguir adelante por encima de todo.
Al final, todas las generaciones de jóvenes han tenido su momento, su espacio, su lucha, su objetivo. La mía – que ya no es la más joven y mucho menos perfecta– también tuvo una formación y quienes la integraron decidieron diferentes caminos, como lo harán las de ahora o la de mi hijo, pero en todos estará siempre la confianza y la enorme enseñanza de un país que nos legó sobre todo, el valor y la facultad para luchar por la dignidad plena del hombre.
El derecho a la libertad, a la soberanía, a los ideales que defendemos y defenderemos siempre estará en el centro de las actuales y futuras batallas. Toca a los jóvenes entonces, hacerlas suyas, aprender del pasado, transformar el presente, decidir el futuro. Y más allá de los derechos que hoy gozamos, se impone definir cuánto nos queda aún por dar, por crear  y forjar en nosotros mismos, para todos y por todos.

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