Una reflexión a propósito de la celebración del Día Internacional de la Juventud
De jóvenes pensamos siempre que somos invencibles, que todo lo
podemos, que no hay obstáculo que no seamos capaces de vencer y a veces, hasta
que lo merecemos todo, que nada se nos puede negar sobre todo si nacimos en un
país como el nuestro.
A veces, las razones son muy obvias y disfrutar de tantos
derechos como los que tiene la juventud cubana – distante de la realidad de
muchas partes del mundo – nos da incluso, la supuesta potestad para pensar que
“todo está hecho ya”, “me toca esto o aquello”, o “es que esto es así porque
sí, porque yo nací aquí, porque soy cubano”.
Los jóvenes en todos los tiempos y en todo el mundo han
llevado adelante las principales revoluciones – entiéndase revoluciones en el
más amplio sentido de la palabra -, han sacrificado hasta sus esperanzas por
defender sus sueños, por transformar los estados imperantes, por el derecho a
una vida digna más allá de lo que se imponga en el camino.
La juventud es la etapa donde más se sueña, donde más se
construye, se anhela; de eso no hay dudas. Pero ser joven en Cuba, gústele a
quien le guste, y a pesar de los males que aún nos acechan, no es solo un
privilegio, es ante todo un compromiso. Es esta pequeña isla el más fiel de los
ejemplos de cuánto ha podido hacer la juventud durante siglos para construir y
luchar por tener siempre un camino más firme para transitar.
Quizás por ello, algunos aún piensan que los derechos
heredados de generaciones anteriores, y que tanta sangre y sudor costaron, es
solo eso, un derecho que nos legaron nuestros padres, sin pensar en los tantos
deberes que siguen ocupando a la juventud en el destino que aún debemos diseñar
y edificar.
Siento entonces que tras los enormes derechos que gozo por
ser joven cubana: acceso a la salud y educación gratuitas, tranquilidad
ciudadana, recreación sana, derecho a elegir a quienes me dirigen en los
diferentes niveles de gobierno y a ser elegida, a tener una maternidad feliz, a
la recreación sana, a la cultura y el deporte, a predicar cualquier religión, a
ser una profesional, entre otros; tengo en mis manos la enorme responsabilidad
de legar un mundo mejor para mi hijo y los que me rodean, anteponiendo muchos intereses
personales a los de la sociedad en que nací.
Reflexiono sobre estos temas a propósito del Día Mundial de
la Juventud y su celebración en Cuba. Sí, celebración, por que a pesar de los
pesares, aquí sí podemos celebrarlo. Y pudiera parecer un cliché, pero no temo
a las críticas, eso también me lo enseñó la Revolución, y a decir mis criterios
como lo creo, en el lugar justo y oportuno, a escuchar, a defender lo que
pienso, a meterme en problemas si es necesario, a denunciar lo mal hecho, a no
dejar a un lado las dificultades, los tropiezos, a seguir adelante por encima
de todo.
Al final, todas las generaciones de jóvenes han tenido su
momento, su espacio, su lucha, su objetivo. La mía – que ya no es la más joven y
mucho menos perfecta– también tuvo una formación y quienes la integraron
decidieron diferentes caminos, como lo harán las de ahora o la de mi hijo, pero
en todos estará siempre la confianza y la enorme enseñanza de un país que nos
legó sobre todo, el valor y la facultad para luchar por la dignidad plena del
hombre.
El derecho a la libertad, a la soberanía, a los ideales que
defendemos y defenderemos siempre estará en el centro de las actuales y futuras
batallas. Toca a los jóvenes entonces, hacerlas suyas, aprender del pasado,
transformar el presente, decidir el futuro. Y más allá de los derechos que hoy
gozamos, se impone definir cuánto nos queda aún por dar, por crear y forjar en nosotros mismos, para todos y por
todos.
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