Por: Enrique Ubieta
Al finalizar la competencia de salto con pértiga femenino, las tres
medallistas recorrieron el óvalo con sus respectivas banderas. La
cubanita, más baja de estatura que las otras, iba en el medio. De manera
que la franqueaban la estadounidense
(oro) y la rusa (bronce). Me pareció que aquella casualidad marcaba un
mensaje necesario: Cuba, pequeña como su atleta ganadora, a la par de
dos potencias mundiales. La Revolución nos ha hecho crecer tanto, que
ningún cubano puede o quiere compararse con sus pares naturales. Todas
las comparaciones las hacemos con el llamado Primer Mundo, las de salud
pública (somos el país con el mayor número de médicos per cápita del
mundo), las de educación; lo que nos falta, lo reconocemos comparándonos
con Europa o los Estados Unidos. Pero esa imagen me ratificaba que,
pese a la compra de talentos, que hace que muchos deportistas formados
en Cuba –en esta pequeña isla subdesarrollada, bloqueada y sin recursos
naturales–, sean hoy representantes de grandes potencias, nuestro país
sigue siendo una forja de talentos y muchos entrenadores, por
solidaridad o por convenios amistosos, son los guías de atletas
triunfadores del Tercer Mundo.
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