Por Nyliam Vázquez García
Unos ojos surcados por transparencias. Una sonrisa. Una convicción. Un paréntesis. Un amor. Una vida que espera. Un hombre. René González Sehwerert cumple 56 años este 13 de agosto.
Por primera vez en más de diez años René no estará tras las
rejas. No seguirá las rutinas de un preso, pero tampoco estará en su
tierra, en su barrio, con su esposa susurrándole al oído al aclarar el
día, con sus hijas colgadas de él para, por fin, festejar todos juntos.
Otra vez será un día normal para quienes desde el Gobierno
estadounidense insisten en el desatino y el ensañamiento. Otra vez será
un día incompleto para una familia cubana, para un ser humano, que como
sus cuatro hermanos aún en prisión, merece un cumpleaños como lo ha
deseado en los últimos 14 años.
Uno puede imaginar qué tendrá planeado hasta el último detalle de ese
día… para cuando llegue. Quizá, en alguna de las largas noches en el
hueco, con ese optimismo empedernido de que son dueños los Cinco,
se dedicó a imaginar esa jornada en verdadera libertad. Quizá fueran
esas las horas para dormir la mañana en la paz del hogar, recorrer las
calles a su antojo, juntar a todos los cariños de su vida, una cena
familiar, delinear despacio el rostro de los nuevos y más pequeños
miembros del clan, tal vez para disfrutar de esa comida cuyos sabores y
olores tantas veces recorrieron las largas distancias.
Tendrá que llegar el día en que ese «mi amor», que le nace para Olga,
su Olga, deje de ser un hilo de voz a través del teléfono, para que el
peso de sus hijas sobre sus piernas, las risas mañaneras, el doblar y
acomodar ropa de mujer, no sean la excepción, sino todas sus horas. Este
luchador, que ha entregado esos momentos de su existencia para que
nosotros los disfrutemos plenamente, no puede pensar la existencia en
calma. Para él la vida es lucha, más cuando los cuatro hermanos
permanecen en prisión. Queda por hacer.
Ni siquiera sorprende que sus primeras palabras antes de salir de la
cárcel, en octubre del año pasado, fueran: «Listo para seguir luchando
hasta que me muera». Un hombre que en ese instante del abrazo con sus
hijas pensó seguro en mil cosas y adentrándose en la larga carretera
fuera de prisión -aunque lo obliguen a otra por tres años más- también
recordó a Gerardo.
«Me estoy acordando de Gerardo», dijo cuando escuchó por primera vez
en el auto que lo trasladaba, El Necio, esa canción de Silvio que los
hermana.
Es una certeza, y no porque su imagen aún sin canas sea constante en cada rincón de esta Isla, como héroe. René, como Gerardo, Antonio, Fernando y Ramón,
es un hombre que no deja otra opción que la de rendirse ante el
material de que está hecho. Por eso tiene la familia que tiene y
defiende al pueblo al que le entregó buena parte de su juventud.
Hace pocos días Olga dialogaba con un grupo de solidarios. Ella
agradecía el acompañamiento, les contaba la historia de su vida tantas
veces contada, les entregaba su confianza y comentaba, no sin un hondo
rictus de dolor, que ha pasado mucho tiempo. Tanto, que hay madres que
no pudieron ver por última vez a sus hijos, niños que ya no podrán
nacer, y otros que se hicieron grandes luchando por la libertad de sus
papás.
Ivette, la hija menor de René, se quedó con ganas de que su papá y
cada uno de sus tíos (Gerardo, Antonio, Ramón y Fernando) la llevaran al
círculo, como le dijo a todo el que la quiso escuchar en la ONU, en
Ginebra, cuando solo tenía cuatro añitos. Ivette, lo mismo que Irmita,
seguro siguen soñando con cada uno de los cumpleaños de su familia, en
esa cercanía física que les ha negado la más cruel de las injusticias.
Sí, 14 años es mucho tiempo.
Pero ni así pueden arrancar la sonrisa del rostro de René, pueden
doblegar las fuerzas de madres y esposas que no se cansan de hacer. Las
marcas terribles en el mapa familiar no se pueden borrar, pero pesa más
la huella del paso recto, la serenidad de lo correcto.
«De regreso al mundo del absurdo», como escribió luego de su breve
estancia en la patria para ver por última vez a su hermano, el hijo de
Irma y Cándido se quedó con recuerdos imborrables y, como siempre en
momentos trascendentes de su vida, no dejó de hablarle a su pueblo
amado, parte de su inspiración y su fuerza.
Ríos de tinta corrieron en la misma prensa corrupta a la que la Casa
Blanca paga para mentir sobre los Cinco, así que René no tuvo otra que
repetir la única verdad posible: «Era impensable que no regresara. Me
traigo en el corazón las intensas vivencias de estos hermosos 14 días
junto a mi pueblo, con el que algún día celebraremos el regreso de los
Cinco».
Seguro que también un día será posible celebrar un cumpleaños
feliz. Mientras, como ellos nos han enseñado, igual haremos la fiesta
por una vida que merece ser celebrada. René cumple 56 años. Unos ojos
surcados por transparencias. Una sonrisa. Una convicción. Un paréntesis.
Un amor. Una vida que espera. Un hombre. Un cubano.
(Tomado de Juventud Rebelde)
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