Este es un día especial. Lo es en toda Cuba y nada ni nadie puede mostrarse indiferente ante la magnitud de las lindas cosas que lo hacen así: especial, alegre, diferente, prometedor.
Hace ya días que no dejo de pensar en los tantos momentos en que viví con anhelo, entusiasmo e inquietud la ansiedad por el inicio de un nuevo curso escolar. Es verdad que cada día de las vacaciones se disfrutaba y eran a veces necesarias, merecidas, esperadas, pero llegaba el momento en que se hacían interminables y solo pensaba en que llegara el día de regresar nuevamente a la escuela, a mi aula, con mis compañeros, con los libros.
Nunca podía evitar sentirme expectante ante la recogida de los nuevos libros, el arreglo de los uniformes y hasta me pasaba horas probándomelos frente a un espejo y cuando más pequeña, modelaba frente a la familia haciendo alarde de "lo bien que me quedaba", "lo planchadita y reluciente que estaba" y cuál era el mejor peinado para llevar a las escuela, sobre todo el primer día. Me sentía orgullosa, tranquila, segura, feliz.
Confieso que en ese momento no tenía toda la dimensión, el verdadero significado de lo que representaba tener todos los primeros días de septiembre una escuela, un pupitre, un maestro, libros y hasta meriendas y almuerzos, además de entretenimiento seguro y travesuras inevitables que siempre venían acompañadas del regaño cariñoso - y necesario casi siempre- del maestro o maestra. A cambio, solo debía ofrecer interés, disciplina, dedicación, entrega, esfuerzo y hasta alegría, algo sencillo para mí pues siempre fue la escuela, una gran casa que amaba infinitamente.
Creo que en los primeros años de mi vida -círculo infantil, enseñanzas primarias y secundaria- disfruté ser inocente, tener muchos amiguitos, aprender y estar "en todas", como decimos los cubanos. Jugué ajedrez en un equipo hasta competencias provincias, fui miembro de un grupo de teatro, canté en un coro infantil, fui a marchas patrióticas, declamé poesías, participé en competencias de ginmasia musical aerobia y en acampadas campestres y fui dirigente estudiantil.
La enseñanza media y la universidad me exigieron después compromisos mayores, de mayor seriedad y responsabilidad. La vida imponía nuevos caminos y decisiones más complejas pero siempre bienvenidos los nuevos retos, los tropiezos y las enseñanzas. Con todos ellos aprendí a levantar la cabeza y seguir adelante en cualquier escuela o centro de estudios en que estuviera, y me quedó entonces la mejor de todas las lecciones para la vida: a ser digna, modesta, honrada, decidida, un poco atrevida y un enorme afán por superarme cada día.
Imposible evitar entonces, ante la apertura de un nuevo curso escolar, recordar tantas cosas lindas. Siento mucha felicidad de contarlas y me siento reflejada en muchos de los niños y familias que por estos días he visto dedicando gran parte de su tiempo a alistarlo todo para esta nueva cita con el futuro.
Hoy en la mañana, cuando me dirigía al trabajo volví a ver en cada hilera de pequeños con sus padres, en el corretaje de los que casi llegan tarde y en el enorme ajetreo que implica esta fiesta de pueblo, el bienestar, el desarrollo y los cambios que necesita nuestra sociedad, formando hombres nuevos hacedores de historia y de sueños, de realidades y de metas para todos y por todos.
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