Tal parece que fue hace un siglo, que el tiempo ha borrado
su primer aliento, pero a mí me suena como si naciera hoy o como si estuviera
presenciando la luz eterna que desde ese día lo trajo de vuelta al mundo para
acompañarnos eternamente.
De niña supe siempre que sería importante para mí conocerlo,
sentirlo cerca, hacerlo parte de mi camino, de mis enseñanzas, de mis metas, de
mis retos. No sabía cómo pero sentía la enorme necesidad de hacerlo partícipe
de mi vida y buscar en la suya, en sus ideas, en sus acciones, en su actitud,
los bríos que a veces me faltaban para seguir andando por los más diversos
senderos del quehacer humano.
Oí tantas veces ante una fuerte crisis de asma, de esas que
apagaban la luz de mis ojos y los pasos de niña traviesa y atrevida, que debía
seguir adelante, que “si él pudo tú también”, y entonces me sentía grande,
capaz, fuerte, decidida, dispuesta a todo. No tenía siquiera la noción de lo
que significaba realmente ser como él, y solo ahora comprendo que ni al decir el
lema escolar diario de ¡Seremos como el Che!, podía acercarme a la magnitud de este
hombre.
Tuvieron que pasar los años y ser estudiante de enseñanza
media, universitaria, periodista, lectora, preguntona incansable, y por demás,
revolucionaria, socialista, gente de pueblo, amiga, esposa, madre, cubana de
esta sociedad compleja y cambiante, mujer de este siglo XXI convulso y agitado,
para tener la oportunidad de reencontrarlo en tantas cosas, en tantos rostros,
en tantos sueños realizados y por realizar.
Supe entonces como sé hoy, que debo y tengo la necesidad de
releerlo, de buscarlo, de acercarme a él todos los días con una mirada
diferente, más crítica, más integral, más renovadora, de traerlo a estos
tiempos, a mi mundo. Apenas comienzo a entender su osadía, su mezcla de ternura
y fortaleza, la pequeña-gran locura que a veces hace tanta falta para hacer que
el paso por la vida valga la pena.
Me he sentido culpable desde entonces por haber sido
injusta, por no haberlo valorado en toda su medida, por magnificar la figura de
un hombre, como otros que a veces con muchas pequeñas cosas que desconocemos,
dan la vida por Amor, ese sentimiento que según él, movía al mundo y sobre
todo, a las causas más revolucionarias, al propio hombre.
Si pudiera hablarle ahora le diría: “Como tú también me enseñaste,
todos los días intento dar un poquito de mí por hacer mejor este mundo en que
vivimos. Entonces me nutro de esas
pequeñas cosas que hacen lo imposible y así también renace, en medio de la
nada, la verdadera obra de los imprescindibles, como tú, que vuelven hoy,
porque luchan toda la vida”.
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